El oncólogo Elmer Huerta, experto de la Universidad George Washington, ha respaldado el uso de las inyecciones contra el virus original y la variante Ómicron para evitar contagios y la enfermedad grave o la muerte. Esta es su explicación.
Recientemente, la Administración de Drogas y Alimentos (FDA) y los de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de Estados Unidos, aprobaron el uso de vacunas bivalentes contra COVID-19 para personas mayores de 12 años en el caso de la vacuna de Pfizer/Biontech y para mayores de 18 en el caso de Moderna. En la Argentina todavía no están disponibles, pero llegarían las primeras al país hacia fin de este año.
Las vacunas bivalentes son desarrolladas para que el cuerpo aprenda a combatir dos tipos de antígenos. Existe un gran número de inmunizaciones que aplican en la actualidad con esta metodología. Un ejemplo: las antigripales. En el caso del COVID, se denominan de este modo cuando preparan al organismo para enfrentar no solo al virus original, sino también alguna variante; como es Ómicron y sus sublinajes.
Por otro lado, vale recordar que las vacunas también pueden ser polivalentes. Es decir que son diseñadas para combatir varias cepas o incluso varias enfermedades. La cantidad de patologías que enfrenta cada inmunización dependen de su diseño y formulación.
Las primeras de vacunas contra COVID-19 comenzaron a desarrollarse en enero de 2020 cuando científicos chicos pusieron a disposición de la comunidad científica mundial el genoma del virus SARS-CoV-2. Así, comenzaron a producirse diferentes vacunas, como las chinas, con virus inactivados, o como también las de vectores virales de AstraZeneca, la de Johnson & Johnson o la del Instituto Gamaleya. Utilizando el genoma, Pfizer/Biontech y Moderna comenzaron a utilizar la tecnología basada en ARN mensajero, usando el código genético de la espiga del virus como su elemento principal.
Todas estas vacunas de primera generación han estado basadas en el SARS-CoV-2 original. La expectativa de la comunidad científica estaban puestas en que dichas vacunas protegerían contra la infección del virus, como así también de las formas más graves de la enfermedad COVID-19 que genera y la muerte.
Penosamente, la inmunidad que proporcionaban las vacunas, disminuían con los meses. Por lo que los laboratorios empezaron a hablar de la necesidad de inyecciones de refuerzo.
Un estudio israelí demostró que la efectividad de la vacuna para proteger contra la enfermedad sintomática variante Delta del coronavirus había disminuido de más del 90% al 64%. Y que una tercera dosis produjo niveles anticuerpos neutralizantes de 5 a 10 veces más alto que las producidas por dos dosis.
El dia 29 de noviembre del añó 2021 apareció la variante Ómicron, situación que le dio un vuelco completo a la pandemia. Debido a que los miembros de la familia Ómicron tienen la enorme capacidad de burlarse de los anticuerpos producidos en respuesta a la vacuna y a la enfermedad natural, y miles de personas vacunadas comenzaban a ser internadas por coronavirus, las autoridades de salud pública comenzaron a brindar una cuarta dosis.
Luego de 18 meses de uso, las vacunas demostraron un corto período de protección contra la enfermedad sintomática, tiempo que es de alrededor de 6 meses. Los laboratorios comenzaron a hablar de la necesidad de tener una vacuna que, además de proteger contra el virus original, pueda proteger contra las nuevas variantes Ómicron que son dominantes en el mundo. Y esa es hoy la vacuna autorizada por la FDA el 31 de agosto. Una vacuna bivalente que protege contra ambos tipos de virus, el original y Ómicron.