Fue el tipo de rechazo diplomático que un país pequeño como El Salvador rara vez podría permitirse en circunstancias normales. Justo antes de la Cumbre de las Américas, altos funcionarios estadounidenses parecían desesperados por aumentar la asistencia a la reunión en medio de amenazas de no asistir por parte del presidente de México y otros líderes de izquierda debido a la exclusión de Cuba, Nicaragua y Venezuela.
Varios se pegaron al teléfono para comunicarse con mandatarios de varios países. Desde el Departamento de Estado se envió un mensaje a El Salvador diciendo que el secretario de Estado, Antony Blinken, quería hablar con el presidente Nayib Bukele el fin de semana. Era un raro gesto de cortesía por parte de la administración de Joe Biden, que durante meses ha criticado al líder centroamericano, calificándolo de populista.
“Participar en la Cumbre es una muy buena oportunidad para que el presidente Bukele explique su perspectiva a la comunidad salvadoreña en Los Ángeles y a Joe Biden”, escribió el subsecretario de Estado, Brian Nichols, en un mensaje al embajador de Bukele en Washington.
Al final, el mandatario salvadoreño no mordió el anzuelo y la llamada nunca ocurrió, según dos personas cercanas al presidente que hablaron bajo condición de anonimato debido a que se trata de asuntos diplomáticos delicados. Una solicitud similar para establecer la llamada con Blinken, realizada a través de la embajada de Estados Unidos en San Salvador fue igualmente ignorada, según ambas fuentes.
Una de estas personas le mostró a The Associated Press copias de los mensajes.
El esfuerzo concertado de los altos diplomáticos estadounidenses para convencer a Bukele de que acudiera a la Cumbre demuestra los extremos a los que llegaron funcionarios estadounidenses para evitar un fracaso vergonzoso. También demuestra cómo líderes controvertidos como Bukele, quien evitó críticas de la administración del expresidente Donald Trump a cambio de un apoyo generalizado a su represión migratoria, han tenido problemas para adaptarse al regreso de una política exterior tradicional bajo el mando de Biden.